Llegábamos el pasado sábado al Padul, al recinto custodiado por un mamut con su cría que da albergue al festival desde hace unos años mientras pensaba que son ya once los años que, bajo distintas denominaciones (Alhambra, Al-Alma y ahora Sabika), a uno de los pocos festivales de metal que se mantiene en la provincia a pesar de las muchas dificultades que implica siempre la organización de un evento de esta magnitud. Con distintos emplazamientos en los años que han precedido a esta XI edición, parece ser que es este espacio es el que sienta mejor al formato, a juzgar al menos por lo cómodos que nos sentimos en el mismo a pesar del inusual calor de un final de octubre que parecía más bien principios de verano.



















