Del mito de Pigmalión a los incels de la mano de Jean-Léon Gérôme

Darlings, lo intento, palabra de Contadora, pero cada vez que buceaba por redes buscando inspiración artística, me saltaba a la yugular un reel de algún incel (tal y como nos aclara la FundéuRAE: el término inglés incel, acrónimo de involuntary celibates, se utiliza para referirse a personas, especialmente hombres, que forman parte de una comunidad en línea que, por causas ajenas a su voluntad, no logran mantener relaciones sexuales) vomitando conceptos e ideas claramente machistas y misóginas.

Intenté ver alguno, con mucho cuidado de no sufrir una embolia, y tuve la sensación de que, bajo esas ideas disparatadas, carentes de lógica y base científica, había una historia que me resultaba familiar: el mito de Pigmalión.

Os pongo en contexto: en la mitología griega se narra la historia de Pigmalión, rey de Chipre que, entre sus hobbies, se encontraba la escultura. Tenía que contraer nupcias porque se le pasaba el arroz, pero nuestro rey polifacético era un poco especialito y buscaba a una mujer perfecta.

Indagó y rebuscó más que Marco a su madre, pero ninguna alcanzaba su nivel de exigencia (me atrevería a apuntar cierto trauma infantil materno, pero de momento no nos vamos a meter en esos berenjenales).

Al no encontrar fémina que estuviera a su altura, abandonó la idea del casamiento y se dedicó a esculpir figuras femeninas (un poquito de obsesión tenía el monarca).

Un día creó una escultura perfecta, la llamó Galatea (Mari Puri se nota que no era lo suficientemente elegante). Encontrándose un poco afectado por delirios derivados de la soledad y el aislamiento, se enamoró perdidamente de su mujer inmejorable.

En estas que Afrodita (que para eso es la diosa del amor y la sensualidad), conmovida por este amor, decidió dotar de vida a Galatea. Lo hizo justo en el instante en el que Pigmalión se lanzó a besar los fríos labios de la escultura (yo entiendo a Afrodita porque la escena tendría que dar un poquito de pena y grima).

Afrodita se apareció a Pigmalión en ese momento y le dijo que amase a aquella mujer tan bella que había creado con todo el amor que había usado para cincelarla (que, si Galatea es más simple que el mecanismo de un chupete y apenas sabe articular media palabra, pues tampoco tenía mucha trascendencia porque ahí estaría Pigmalión para guiarle por la vida y transmitirle todo su conocimiento, mientras ella suspira como una animadora al finalizar el partido).

Galatea nació, pero no como ser libre, sino como objeto animado del deseo masculino.

Como podéis observar, el mito se plantea como una fantasía masculina de control; no es solo una historia de telenovela turca, sino también un relato sobre cómo algunos hombres eligen a una mujer idealizada y sumisa frente a una libre, crítica y pensante, una que ponga en tela de juicio su ego y seguridad masculinos.

Si ha existido un pintor capaz de captar la esencia creadora del mito, sin duda fue Jean-Léon Gérôme en su obra Pygmalion and Galatea de 1890.

Me fascina tanto este cuadro porque, de alguna manera, juega con la famosa historia del gólem (figura humana hecha normalmente de barro o arcilla a la que se insufla vida para que cumpla las órdenes de su creador, proveniente de la mitología hebrea).

De hecho, el mismo grupo español SKUNK D.F. incide en esta idea en su disco Pigmalión (2016), dedicado íntegramente al mito, en concreto me refiero a la canción Gólem (Pigmalión, darling, que todos lo vemos menos tú):

Nada satisface, no hay nada real

Un fotomontaje con champán y caviar

Vagar por las redes, mintiendo sobre quién eres

Pagar por mujeres, pagar para que se queden

Con el alma de un robot, que oscila tu interior

Esperando a que salga el sol, y sentir por fin calor

Buscar en el baño en vez de salida

El autoengaño no mejora tu vida

Demasiada imagen para tan poco talento

Bonito embalaje, pero vacío por dentro

Tu conciencia artificial, besar y tirar

Esperando una señal de que algo va a cambiar

En tu lecho de muerte te conviertes en creyente

Aún no sabes por qué estás aquí

Con el alma de un robot, creer que hay un Dios

Esperando el último sol, para decir por fin ¡Soy yo!

Soy yo, soy yo, soy yo, soy yo (Último sol).

La obra pictórica Pigmalión y Galatea constituye una oda a la máxima expresión valiéndose de la sencillez. Este óleo se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York; en él se refleja el instante exacto en el que Pigmalión abraza a su escultura.

Si observamos detenidamente, las piernas de Galatea conservan la blancura y rigidez del marfil, pero sus labios y extremidades superiores comienzan a descubrir cierta carnosidad. Realmente, ella no es del todo libre: es él quien la crea y le insufla vida a su criterio.

¿Os suena la historia? Efectivamente, el mito de Pigmalión ha inspirado grandes obras de la literatura como Frankenstein o el moderno Prometeo (de Mary Shelley) o incluso obras teatrales como Pigmalión, de Bernard Shaw, que fue llevada al cine bajo el nombre My Fair Lady en 1956, en esta ocasión cambiándole el sentido al mito original y dando lugar al denominado efecto Pigmalión, explicado desde la perspectiva psicológica como la creencia de que una persona tiene sobre otra puede influir en su rendimiento (algo así como la esperanza que ponemos en esas tazas de desayuno con frases cursis e inspiradoras: «Persigue tus sueños», «Un día sin sonreír es un día perdido»).

Regresemos al cuadro. El hecho del uso de los tonos oscuros, terrosos, permite dotar de importancia a la composición central de Pigmalión y Galatea.

Podéis observar cómo la blancura de la estatua destaca y hace enfoque respecto al resto del cuadro y, además, le confiere cierta connotación de misticismo.

A la diestra observamos cómo Cupido también se despliega en tonos blanquecinos; lo vemos en el acto de lanzar su flecha del amor sobre la pareja, dando a entender que en ese mismo instante toda la figura de Galatea se convierte en un ser humano.

Bueno, yo diría un ser viviente, porque para ser humana precisa de sentimientos, pensamiento propio, manías, virtudes y defectos.

Nuestro pintor se sirve de distintos elementos arqueológicos para conferir la atmósfera propia que impregna el taller de un escultor de la Antigüedad: esculturas, un cuadro en la pared o las máscaras usadas en el teatro.

La imagen, en principio, puede parecer romántica, pero si observamos detenidamente:

Galatea no tiene expresión propia; se percibe la ausencia de humanidad.

Pigmalión se aferra a ella (a su ego), como si fuera la panacea a su vacío interior, a esa búsqueda insatisfecha.

La mitad del cuerpo de Galatea permanece pétrea: jamás escogerá a Pigmalión por voluntad propia; ha sido creada para tal fin. No existe libertad en su elección. Es más, no hay opción porque es un gólem.

 

Muy bien, Contadora, pero ¿qué tiene que ver toda esta historia de vacío y complejo de inferioridad con los incels?

Todo. El mito nos da la explicación racional al resurgimiento de este movimiento (porque machistas, acomplejados y onanistas a dos manos siempre ha existido).

Pigmalión, al igual que los varones de dicho movimiento, rechaza a las mujeres reales porque las considera frívolas, imperfectas o corruptas. Opta por formar a su mujer ideal: una sumisa, muda, dócil y controlable.

De hecho, Galatea carece de autonomía y opinión crítica; jamás podrá sentirse frustrada por defectos o comportamientos abusivos de su creador; ella solo es una proyección del deseo masculino.

Esto resuena con la misoginia presente en nuestros días. Los incels sienten amenazada su identidad cuando las mujeres destacan por su inteligencia, seguridad o éxito profesional.

Esta inseguridad genera en algunos hombres, al igual que Pigmalión, que se enfoquen o idealicen estereotipos femeninos mitológicos (belleza inalcanzable, sumisión, dependencia emocional).

El problema es que, en lugar de quedarse encerrados en sus cuevas mentales, desprecian a las mujeres reales por no cumplir esas fantasías y generan un discurso de resentimiento y odio (son todas unas interesadas; la mujer que ha tenido una vida sentimental anterior está usada y es despreciable; son todas unas solteronas rodeadas de gatos; niegan su naturaleza femenina y procreadora).

A todas luces, subyace el miedo a que una mujer real, con su inteligencia y solvencia, lo confronte, lo cuestione o incluso lo supere. No quieren avanzar en comunidad, retroalimentarse para aprender, enriquecerse en experiencias y crecer.

¿Por qué el mito sigue siendo tan actual?

Pigmalión no experimenta el amor hacia una mujer, siquiera interactúa con ella: sintió un alivio temporal a todos sus miedos y complejos. Él tenía el control: ¡era su puñetero creador! Esa tipa jamás le recriminaría nada. Nunca tendría que confrontar sus miedos, su sombra.

Ese es el núcleo del machismo: el miedo a la mujer libre, compleja, inteligente, quien te hace pensar y replantearte tus creencias y hábitos.

Y, darlings, actualmente, como sociedad, no nos distanciamos tanto de Pigmalión, Galatea y Afrodita. Seguimos construyendo relaciones donde lo femenino queda desbancado, infantilizado, dominado y reducido a objeto del deseo masculino.

¿Dejamos que Galatea cobre vida por sí misma, cambiando el prisma actual tan manido e inservible?

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