“El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl (1895) – José M.ª Velasco Gómez Obregón

Esta semana mi querida compañera de revista; Adriana Rockmero me puso sobre la pista de un cuadro y un pintor absolutamente desconocidos para mí (lo digo entonando el “mea culpa”), me refiero a la obra el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl realizada en 1895 por el paisajista José M.ª Velasco Gómez.

Ambos nombres que soy incapaz de reproducir sin parecer ebria, se refieren a dos volcanes, son la segunda y tercera montaña más grande de México. Los volcanes se encuentran en el límite territorial de diversos municipios de estados de la zona centro de la República Mexicana, como el Estado de México, Morelos y Puebla (tierra de nuestra compañera Adriana)

A simple vista algunos pensarán que vamos a hablar “tan solo” de un paisaje más, como otros tantos que cuelgan de museos huérfanos de atención. Pero recordad un principio básico que debe seguirse por todo aquel que se aproxime al Arte: el Arte es una emoción, una sensación a flor de piel que se percibe por todos los sentidos. Y este cuadro en concreto, encierra una leyenda de esas que nos encanta escuchar a todos los adultos que, como yo, retienen a un niño en su interior.

Así, de repente, puede ser que no os suene historia alguna, pero ¿y si os digo que es el tema de una canción del grupo SAUROM? Efectivamente hablo de la canción La mujer dormida:

“Es tan difícil para mí en este adiós secar tus lágrimas, tantas lágrimas
Prometo que regresaré para cuidarte siempre, tras vencer volveré
Cada batalla me crecí, me das la fuerza en esta oscuridad, calmas mi pesar
Es duro estar lejos de ti, pero procuro siempre no pensar, no llorar

Por traición, hoy ruge el Señor del Imperio del Sol para siempre
Su dama dormida le espera herida de amor
La nostalgia de una hermosa mujer se refugia bajo la tierra
Mientras duerme un temible volcán le llora

Una mentira marchitó las flores de su hermoso corazón que sutil durmió
Envenenada la intención, la suerte burla mi razón de ser, qué destino cruel…”

Cuenta el viento que susurra a los más viejos del lugar, que el Iztaccíhuatl representa a una doncella que era considerada la princesa más hermosa y el Popocatépetl representa a un guerrero muy apuesto. Ellos se enamoraron tanto que Popocatépetl le pidió matrimonio y ella muy emocionada aceptó, pero él puso una condición. Acordaron que se casarían cuando Popocatépetl llegara de la guerra contra los aztecas, sano, salvo y victorioso. Popocatépetl partió hacia la guerra mientras que ella lo esperaba con mucho amor.

Se sabía que había un enamorado de Iztaccíhuatl (siempre hay un tóxico de por medio que lo fastidia todo) que celaba su amor con Popocatépetl, así que él la buscó mientras que Popocatépetl estaba en la guerra y le dijo a que su amado guerrero había muerto. Iztaccíhuatl murió de tristeza con la idea de que su amado había fallecido en la guerra. Tiempo después Popocatépetl llegó victorioso dispuesto a casarse con Iztaccíhuatl, pero se enteró que su amada murió engañada por un hombre que le dijo que él estaba muerto (ríete tú de “Amar es para siempre”).

Cuenta la leyenda de los volcanes que Popocatépetl vagó por varios días y noches para buscar la manera de honrar el gran amor que se tenían. Y fue así como encontró una tumba bajo el sol amontando 10 cerros para levantar una enorme montaña. Una vez construida la montaña recostó el cuerpo de la princesa y la besó por última vez arrodillándose para velar su sueño eterno. Con el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos y se convirtieron en los dos enormes volcanes que conocemos actualmente. Es por eso que conocemos al volcán del Iztaccíhuatl como La mujer dormida.

Cuenta la leyenda de los volcanes que cada que el volcán echa fumarola es porque Popocatépetl está recordando a su bella princesa.

Tan bello paisaje continente de esta intensa historia de amor fue inmortalizado por el mejor paisajista mexicano del siglo XIX y un pionero de la ciencia moderna en México; José María Velasco, quien uno de los pioneros de la ciencia moderna en México. Fue docente en San Carlos (el presiente Benito Juárez le entregó su nombramiento de maestro de Perspectiva) e ilustrador de La Naturaleza, órgano de la Sociedad Mexicana de Historia Natural (SMHN), que aglutinó a los hombres de ciencia más importantes del país.

Tal vez por su carácter científico, la obra de Velasco no obedece tanto a una pincelada precisa o a una depurada técnica artística. Sus cuadros sirven de base a los estudios de botánica o geología que realiza. Será con láminas científicas, como Velasco apoye gráficamente los artículos de botánicos, zoólogos, geólogos y paleontólogos que colaboraban en La Naturaleza. Ilustró, por ejemplo, uno sobre chupamirtos o colibrís de México, de Rafael Montes de Oca, publicado 1876. Con estudios de trabajo en San Carlos y en su casa de la Villa de Guadalupe, en la calle Alcantarillas, Velasco pintó, desde lo alto de los cerros cercanos, las obras que le dieron prestigio como paisajista.

“Velasco es un naturalista: aplica casi minuciosamente sus capacidades de observación científica a la pintura del paisaje; pero, al mismo tiempo, acierta a dar a sus pinturas el carácter real y verdadero de sus modelos, y no menos el radio vital de las cosas —intensifica la tonalidad de la vida y nos comunica una verdad más alta que su mera representación. Así, el Valle de México tuvo, en su obra una doble vertiente: el de su belleza pictórica y el del conocimiento científico de su estructura geológica y de la flora con que esta se reviste de gracia y esplendor”.

¡Quién sabe si Velasco dibujaba ambos volcanes mientras la mujer dormida le susurraba su leyenda escrita en el viento, emanando de la tierra agrietada de pena!

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