“Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga” – Antonio Gisbert Pérez

Siendo La Contadora de imágenes, malagueña de nacimiento y corazón. Tierra ésta que apenas vislumbré, abandoné para regresar trece años después y de la que siempre he sentido predilección por su historia gracias al Contador padre. Estaba claramente en deuda con un cuadro, unos valientes, un hecho histórico y un pintor. 

Demasiadas deudas para dejarlas dormir en el tiempo y una siempre cumple con su deber. Por ello, hoy os cuento la historia que envuelve a la gran obra maestra de Gisbert: fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga.

Antes de adentrarnos en el análisis técnico de éste óleo sobre lienzo, obra de Antonio Gisbert Pérez de 390 × 601 cm y datado entre los años 1887 y 1888, dejadme que os lleve de la mano por un breve paseo histórico a través de la España de principios del S.XIX, mala época por cierto, para los liberales a pesar de los vientos ilustrados que desde hacía un siglo vagaban por Europa. El país (con gran influencia de la Inquisición) se había quedado atrapada en la ignorancia, la pobreza cultural y el miedo a ideas revolucionarias. Por ello, cuando en la mayoría de los países europeos ya se gestaban las futuras monarquías parlamentarias, en España aún teníamos a un rey absolutista, de escasos razonamientos, poca voluntad de desarrollo y ni hablemos de ansias de conocimiento: me refiero al déspota de Fernando VII.  

El cuadro que nos trae a colación, se pintó medio siglo después de los hechos que cuenta y está considerado como una de las grandes obras maestras de la pintura histórica española del siglo XIX. Fue el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta, durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, quien encargó el cuadro en un gesto excepcional en la política artística y museística de su tiempo, a Gisbert a través de un Real Decreto de 21 de enero de 1886 por el entonces ministro de Fomento, Eugenio Montero Ríos, para pintar un gran cuadro histórico que fuera ejemplo de la defensa de las libertades para las generaciones futuras, inmortalizado en el fusilamiento del general Torrijos y sus más allegados e incondicionales seguidores, que fueron protagonistas destacados del régimen constitucional durante el Trienio Liberal, al que pondría fin Fernando VII en 1823. Este monarca reinstauraría entonces el férreo absolutismo que caracterizó su reinado, ordenando la persecución, encarcelamiento y ejecución de los cabecillas y colaboracionistas del anterior gobierno. Efectivamente, en 1831, el general liberal José María Torrijos y sus compañeros fueron fusilados en las playas de Málaga, acusados de traición a la corona. Claro está, Fernandito no iba a permitir que alguien le cuestionara su derecho divino a reinar. 

Así, en 1886, Antonio Gisbert, pintor historicista español, recibió del Museo del Prado el encargo de pintar un cuadro que conmemorara el 70 aniversario de la pinacoteca. Gisbert presentó en 1889, el año del aniversario, un enorme lienzo que representaba justo el momento en que Torrijos y sus compañeros eran fusilados en las playas de Málaga. El cuadro causó verdadera sensación. Aún estaban muy presentes las guerras carlistas en el corazón de la gente, y muchos de ellos recordaban a ese rey que cercenó el liberalismo. Pronto, la obra se transformó en símbolo, al igual que sus protagonistas.

El militar José María Torrijos, que durante el Trienio Constitucional había sido capitán general de Valencia, mariscal de campo, e incluso llegaría a ser nombrado ministro de la Guerra, hizo varios intentos desde su exilio en Inglaterra de sublevarse contra Fernando VII tras su vuelta al trono. Fue víctima de una emboscada preparada por el gobernador Vicente González Moreno, quien le había asegurado el triunfo de la rebelión si embarcaba desde Gibraltar hacia Málaga acompañado de unos sesenta hombres de su máxima confianza, a los que se sumarían las tropas de la ciudad. En su trayecto, su embarcación fue abordada por el Neptuno, viéndose obligados los rebeldes a desembarcar en Fuengirola en la madrugada del 30 de noviembre al 1 de diciembre de 1831. Fueron apresados y fusilados en las playas malagueñas (Playa de San Andrés) el día 11 de diciembre por el delito de alta traición y conspiración contra los sagrados derechos de la soberanía de S.M., tras unos días de infructuosa resistencia, y sin celebrarse previamente juicio alguno porque así se las gastan los absolutistas como “Fernandito”.

Estos acontecimientos me traen a la memoria aquella canción de MACHINE HEAD: Davidian:

… My fear is my strength

Power, rage unbound because

Been pounded by the streets

Cyanide blood burns down the skyline

Hatred is purity

The bullet connects at last

Let freedom ring with a shotgun blast…

Me centro en el óleo que me falta ponerme en pie cantando por Jarcha. Esta obra claro ejemplo de que la sobriedad y solemnidad no restan interés a un cuadro, fue pintado por Gisbert en su estudio de la calle de la Bruyère de París a los cincuenta y tres años, ya en plena madurez de su carrera. El artista volcó en este encargo lo mejor de su arte, de un purismo académico extremo y una asombrosa precisión dibujística, desplegando en tan enorme superficie de lienzo una composición de una grandeza poderosa y sobrecogedora, precisamente por su extraordinaria y severa simplicidad. A nivel formal, Gisbert dispuso la composición a modo de instantánea fotográfica. Los cadáveres desubicados en primer término nos arrastran al momento histórico, pues casi esquivando las balas con noticias de muerte. La paleta de Gisbert se desvela ausente de estridencias. El cuadro no sobrecoge por su dramatismo, sino por todo lo contrario; por su contenida y grave serenidad.

La escena representada transcurre en la playa de San Andrés de Málaga (frente a la cual viví tres años y que apenas una cruz de hierro forjado recuerda que aconteció allí), se identifica por las vistas de la iglesia de la Virgen del Carmen, que aparece al fondo. El primer golpe de impacto de la composición reside en la elección del instante representado por el pintor, de tremenda tensión emocional, al reflejar el momento inmediatamente anterior al fusilamiento, en el que quedan de manifiesto los diferentes sentimientos de los que van a morir reflejados en cada uno de sus rostros, mezcla de preocupación, desaliento y rabia en unos, de orgullosa resignación o emocionado abrazo en otros, y de desafiante descaro o desesperada plegaria en los guerrilleros del fondo, expresándose así las diversas reacciones del alma humana ante la conciencia de su inminente fin.

Pero, el personaje principal, Torrijos, que se ubica casi en el centro de la composición se revela con el mayor gesto de solemnidad y entereza que podamos encontrar al aferrarse a las manos de dos de sus seguidores con gesto contenido e inspirador. A su izquierda se encuentra Francisco Fernández Golfín, personaje al que dos frailes están colocando un vendaje en los ojos; y a su derecha, Manuel Flores Calderón. A su vez, a la derecha de éste, se encuentran Juan López-Pinto y Berizo, Robert Boyd y Francisco de Borja Pardio

No obstante, os invito a observar otra vez el cuadro ¿no os da la sensación de déjà vu? ¿no os recuerda a alguna obra? efectivamente nuestro autor hace uso de detalles puramente goyescos; la disposición del pelotón de fusilamiento que espera órdenes, mientras que en primer plano, en el suelo, yacen ya muertos algunos hombres a la vista de quienes pronto sufrirán el mismo destino. Igualmente, muestra una extraña modernidad en la elección de un encuadre que deja fuera de campo algunos de los cadáveres. De hecho, de uno de ellos asoma tan sólo una de sus manos y su chistera de piel; rasgo de gran elegancia estética e intensidad dramática. 

Sirva esta breve reseña como homenaje a aquellos liberales que abanderados en grandes esperanzas y valores, amparados por sus sueños de progreso y revolución, quienes pretendían devolver la palabra al pueblo, dotarles de herramientas hacia el progreso, dejaron su vida en ello de forma tan heroica.

“A la libertad alas. Al pueblo pan, conocimiento y honra”

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