Cuando hablo de arte suelo hacer referencia a una característica asombrosa del mismo, el arte no siempre es bello o perfecto. Uno de los elementos más apasionantes del arte es su capacidad de remover sensaciones, de generar sentimientos, de provocar.
Será tal vez, que sufro de cierta tendencia a la admiración de aquellos que transgreden la moral, normas estéticas y estilísticas imperantes, pero hablar de arte y sexo me evoca inexorablemente dos grandes obras del pintor cumbre del Realismo: Gustave Courbet (1819-1877).
Courbet supo desenvolverse con maestría en el noble arte del erotismo cuando en 1866 realizó su obra Le Sommeil (El sueño), un óleo sobre lienzo de evidente temática lésbica, que se encuentra en la actualidad en el Museo del Petit-Palais en Francia.
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