“Noli Me Tangere” – Corregio

Ando escribiendo estas líneas en Domingo de Resurrección, ya ha pasado toda una semana de penitencia, aflicción y recogimiento espiritual. Otras religiones aún continúan con sus sacrificios a modos de expiación, creo que Ramadán finaliza el 1 de mayo y la Pascua judía (Pésaj) comenzó el viernes noche pasado. Pero para los católicos como yo, este domingo viene cargado de simbolismo. En concreto, hoy celebramos la resurrección de Cristo, en la teología cristiana, la muerte y resurrección de Jesús, los eventos más importantes y, como consecuencia, conforman el fundamento de la fe cristiana.

La historia es más o menos conocida por todos, después de que los romanos crucificasen a Jesús, él fue ungido y enterrado en una tumba nueva por José de Arimatea, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y sin embargo, puede tener la llave para la explicación del fenómeno de la trascendencia en la religión cristiana. Este episodio ha sido inmortalizado por muchos autores, pero Correggio lo hace con una belleza en la pincelada sin parangón.

En esta ocasión os relato sobre la obra: Noli me tangere de Correggio, realizado en torno a 1525 y conservado en el Museo del Prado de Madrid. No perdáis la oportunidad de situaros frente a él con vuestros auriculares y tornando mudo al mundo que os rodea escuchad la canción Getsemani del musical Jesucristo Superstar versión sinfónico. Concierto en beneficio a Mensajeros de la Paz (producción y dirección realizada por Creavi Music S.L.), pero la versión interpretada de forma soberbia por LEO JIMÉNEZ (vamos a dejar a Camilo Sesto tranquilo):

“Hoy nadie velará por mí, Pedro Juan
Ninguno me acompañará, Pedro Juan

Yo quiero decir, si puedo pedir
Que apartes de mí este cáliz
Ya no deseo su amargura
Ahora quema y yo he cambiado
Y no sé por qué he empezado

Yo tenía fe cuando comencé
Ahora estoy triste y cansado
Mi camino de tres años
Me parece que son treinta
Y, ¿qué más puede un hombre hacer?

Si he de morir
Que se cumpla todo lo que tú quieres de mí
Deja que me odien, que me claven en su cruz

Yo quiero ver, yo quiero ver, mi Dios
Yo quiero ver, yo quiero ver, mi Dios
Quiero saber, quiero saber, Señor
Quiero saber, quiero saber, Señor …”

Éste óleo sobre tabla (después trasladada a lienzo) representa el momento en que Cristo, después de resucitar, se aparece ante María Magdalena y ante su incredulidad e intento de tocarle, él le dice: «No me toques, que todavía no he subido al Padre» (San Marcos, 16, 9, y San Juan, 20, 14-18) ¿primer gosthing de la historia? ¿no estaba preparado afectivamente?

Bromas aparte, este hecho traducido como “no me toques”, y “nadie me toque”, “deja de tocarme”, “no me agarres… que aún no subo al padre” es plasmado por Correggio de forma extremadamente bella, refiere a lo acontecido cuando María Magdalena fue a ungir el cuerpo muerto de Jesús, y hallando el sepulcro vacío, creyó que lo habían robado., Dos ángeles le revelaron que había resucitado, y en el camino de vuelta se le apareció Jesús. Confundida, incrédula no reconociéndole por el atuendo de un hortelano, luego se acercó hasta Jesús. Y, él le espetó tan solemne frase.

El tema del encuentro de Cristo con María Magdalena era ya tradicional en ciclos de frescos, pero menos frecuentes en pinturas aisladas. La narración, que sólo se encuentra en el Evangelio según san Juan, plan­teaba un complejo galimatías a los artistas: ¿hasta qué punto se debe hacer reconocible la figura de Cristo? (La Magdalena no lo pudo reconocer en el momento, tal vez aludiendo al hecho de que en el momento del fenómeno de la resurrección el cuerpo sufre una metamorfosis a distintos niveles; físico y espiritual) algunos autores refieren que dice que aquí aparece «como hortelano», pero la verdad es que ese aspecto sólo está insinuado por los objetos del ángulo inferior derecho: un sombrero de paja de ala ancha, una pala y un azadón. Es como si Jesús se acabara de quitar la indumentaria de jardinero (¿?), entiéndase que Correggio actualiza a su época el episodio en cuestión. No me veo a los habitantes de Jerusalén vistiendo como un granjero de Kansas.  Si observáis con detenimiento el cuadro, el entorno no es un huerto, ni tampoco hay indicios del sepulcro. En contra de lo acostumbrado, Jesús no viste de rojo ni blanco, sino de azul, y su cuerpo intacto no está marcado por las cinco heridas de la Crucifixión. El dramatismo de la revelación no podría ser mayor, y a ello contribuye el hecho de que el artista haya contrarrestado un Cristo tranquilo y sereno con una Magdalena muy efusiva. Como en muchas versiones anteriores del tema, está arrodillada, aunque el relato bíblico no lo exige, y de hecho acaba de postrarse, pues aún parece estar en movimiento.

La sensación de sorpresa se acrecienta al quedar “cortado” su vestido por el límite del espacio pictórico; la cabellera de la Magdalena, suelta, ondeante como una bandera, de cabellos claros y el rostro arrebatado manifiestan perfectamente su actitud de excitada veneración. Es la primera de las Magdalenas rubias de Correggio, suntuosas bellezas que tienen más en común de lo que quizá sería de espe­rar con el ideal femenino de la Venecia contemporánea (Venus de Botticelli). Fuertemente caracterizada, con el cabello suelto y los antebrazos desnudos, contra lo que mandaba el decoro de la época, junto al manto rojo predomina en su atavío el amarillo casi dorado, un color que podía tener connotaciones positivas, pero que también se asociaba, como el escarlata, con las prostitutas (la pobre Magdalena no se quitaba el estigma de “mala mujer” de encima ni viviendo un episodio de gran carga espiritual). El elaborado estampado de cardos de la tela del vestido sugiere que Correggio pudo visitar a sus clientes en Bolonia e inspirarse en un atuendo similar de la santa Cecilia, de Rafael, en el cuadro de altar pintado para San Juan en Monte (Pinacoteca Nazionale de Bolonia). El ímpetu de la Magdalena al ver a Jesús (imaginad que se os da la oportunidad de ver una vez más a esa persona tan querida que ya no os acompaña en vuestro caminar), unido a la forma en que está silue­teada sobre el paisaje abierto, casi crea un muro no visual de la figura de Cristo. Al igual que ella, él aparece de perfil, ­pero su actitud es a la vez forzada y más lánguida. ­Correggio ilustra el momento en que pronuncia las palabras: «No me toques, porque aún no he subido al Padre». Con el brazo derecho contiene suavemente el deseoso avance de la mujer, y con el izquierdo apunta hacia arriba y hacia afuera, majestuosamente reforzado su ademán por un recio árbol que extiende su vestidura de hojas sobre las dos figuras y trunca la diagonal ascendente que es el eje de la composición. La disposición general no podría ser más sencilla, pero basta compararla con otros tratamientos de la escena para ver cómo consigue unificar la acción.

Me entendéis ahora la motivación que me lleva a afirmar que se trata de una de las obras más bella que tratan esta temática. Pensad por un momento lo harto dificultoso que resulta plasmar en lienzo el sentimiento exacerbado de amor sin medida de quien recupera a quien tanto ha llorado y, el sobrehumano esfuerzo que realiza Jesús “haciendo de tripas corazón” al frenar a Magdalena pidiendo que no le acaricie (porque darlings, ese” no me toques” conlleva mucho sentimiento en su interior). Por lo demás, la dulcificación de los rostros, el cristo apolíneo, la Magdalena cual venus clásica, los ropajes de vivos colores, la suntuosidad de las prendas. Imposible no sentir resbalar por nuestros sentidos la magnificencia de la obra.

Y como La Contadora disfruta de forma exacerbada de las curiosidades y anécdotas, os contaré que el uso de la expresión se entronca con la de un tópico literario latino pagano, que recoge Cayo Julio Solino vinculado a unos ciervos blancos​ hallados trescientos años después de la muerte de Julio César con unos collares con la inscripción Noli me tangere, Caesaris sum (“no me toques, soy de César”). Thomas Wyatt la usa en un poema titulado Whoso list to Hunt. Además, en el canto gregoriano se usa como motivo de un tropo. Y en la iglesia ortodoxa el episodio se celebra litúrgicamente con uno de los doce maitines de la vigilia nocturna.

Sorprendente el poder de las palabras y lo que “puede dar de sí” una expresión. Tenedlo siempre en consideración en vuestras conversaciones. Las palabras son ruido, letras desangeladas que caminan, vuelan, vagan en solitario, pero dependiendo del entorno, de las vivencias, de los latidos que las azuzan tornan en sentimientos que chocan como el mar embravecido o discurren suaves como arroyo en nuestro interlocutor.

Gracias a mi compañero Esteban Leyva Cortés, que “se devaneó los sesos” buscando la canción que necesitaba. Con compañeros así es una gozada contaros imágenes.

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