“No recuerdo el frío ni cuánto tiempo llevo muerta. Debe ser bastante porque no siento nada.
Escucho sin oír pues los muertos si de algo sabemos es de silencio.
Antes me pesaban los cuerpos de esas dos bestias que me asían con fuerza brazos y pecho, no me presionaban sus fuerzas era su ira.
No ubico mi cuerpo, a los pocos segundos cerraron mis ojos abiertos. Parece ser que la mirada inquisitiva de un difunto no es un grato recuerdo, siquiera para quien tuvo a bien descontar horas a tu reloj vital.
Me siento orgullosa, tengo las muñecas bien laceradas, significa que no se lo puse fácil a aquellos cabrones, aunque mi memoria no alcanza al momento en el que sucedió.
Desconozco si ha llovido o me encuentro en el lecho de un río, pero creo tener los pies desnudos embadurnados de fango.
Deseo estar a campo abierto y que mi podredumbre alimente raíces.
Ojalá me encuentren y vuelva a ser una incomodidad para ellos, solo que eterna, con mi historia escrita en la piel, para gritar muerta lo que en vida callé”.
La Contadora de imágenes.