The Nightmare – Johan Heinrich Füssli

“Cada madrugada el miedo salta a mi pecho, querido.

No puedo respirar y el hedor del aliento de aquel ser lacera mi cuello. Me araña los muslos clavando sus uñas, saeteándome la piel.

Me paraliza aquella agresión que me envuelve la garganta anudando mis cuerdas vocales.

Cada noche grito en mi mente, pero nadie me salva, como en la vida, nadie nos salva” (La Contadora de imágenes)

Existe un pintor que bien pudiera catalogarse como el Stephen King del óleo, un autor cuya obra La pesadilla (la reproducción) adornaba la consulta vienesa de Freud; el suizo Johan Heinrich Füssli, quien americanizó su nombre y comenzó a denominarse Henry Fuseli, un visionario en el negocio del marketing.

En la actualidad, hemos sido bombardeados hasta la saciedad con imágenes terroríficas, muchas viran al estilo gore, que estamos anestesiados al pánico, pero os invito a situaros mentalmente en pleno año 1782, en el Summer Show que organizaba la Royal Academy en la que participaban autores como Reynolds, Gainsborough, Stubbs o Zoffany y llega Fuseli con esta tremebunda obra consiguiendo tal impacto que se afianzó como pintor de lo sobrenatural y lo perverso.

De hecho, tal fue el éxito de la obra que se reprodujo en forma de grabado y se difundió de forma masiva en Gran Bretaña, primero, y enseguida en toda Europa y América, tal fue la labor de merchandising que las copias industriales de La pesadilla se adquirieron profusamente durante los años de la Revolución y las guerras napoleónicas (1789-1815), se convirtió en todo un icono. “the business darlings”.

Lamentablemente, si bien es cierto que lo morboso, lo dantesco, lo oculto y tenebroso goza de cierto nivel magnético de atracción, ningún crítico solvente considera hoy a Fuseli un pintor importante (de forma muy errónea apunto yo). Quien no imaginaría hoy en día a tan enigmático pintor, en su recamara, agazapado sobre su lienzo a brochazo limpio mientras reproduce en su gramófono (si, ya sé que el gramófono no se desarrolló hasta 1887 pero mucho menos el MP3, imaginación darlings) la mítica Enter Sandman, de METALLICA.

“Say your prayers little one
Don’t forget my son
To include everyone
I tuck you in warm within
Keep you free from sin
Until the Sandman he comes

Sleep with one eye open
Gripping your pillow tight

Exit light
Enter night
Take my hand
We’re off to Never, Neverland

Something’s wrong, shut the light
Heavy thoughts tonight
And they aren’t of Snow White
Dreams of war
Dreams of liars
Dreams of dragons fire
And of things that will bite, yeah

Now I lay me down to sleep
Pray the Lord my soul to keep
And If I die before I wake
Pray the Lord my soul to take

Hush little baby don’t say a word
And never mind that noise you heard
It’s just the beast under your bed
In your closet in your head (…)”

Como nos apunta Manuel Rodríguez Rivero en su artículo La pesadilla para la web revistadelibros.com: “Fuseli  permanece mucho más preocupado por lo que quiere decir que por cómo lo dice, sus obras se resienten de débil dominio técnico y de sobrecarga literaria e ideológica. Lo que no impide su universal influencia: el poder icónico de La pesadilla no emana de sus cualidades artísticas, sino de su habilidad para conectar con una sensibilidad que aún no rechaza del todo las luces aunque ya vislumbra sus carencias y peligros.”

Fuseli es uno de los primeros pintores que la lleva al lienzo todo el universo que componía el misticismo, el misterio, lo sublime, el romanticismo o la fantasía de la novela gótica inglesa, de hecho, como dato curioso os apunto que tras abandonar su Suiza natal y al llegar a Inglaterra tomó contacto directo con Shakespeare, traduciendo Macbeth al alemán, una de sus obras más aterradoras del dramaturgo británico. Vamos, disfrutaba más del terror que un japonés viendo un melenudo saliendo de un pozo a cámara lenta.

La pesadilla, también es conocida como El íncubo. Su composición realmente es sencilla; una hermosa y joven mujer de gran profundidad erótica duerme  en un diván, de su cuerpo emana una luz que le inviste de pureza, pero la escena rompe abruptamente con la paz del sueño cuando observamos a un íncubo (demonio propio de sueños eróticos) que sentado sobre el torso de la joven evalúa su plan de ataque, cierto es que en este caso, el íncubo es horrendo, representa la parte más atroz de las pesadillas, pero no obstante, no siempre son seres tan horrendos de primeras. Con ellos ocurre como las citas a ciegas con alguien conocido en una red social; la primera imagen que uno visualiza es un “Henry Cavill”, un dios del sueño para convertirse en un engendro cuando yace sobre ti. La escena es contemplada por un animal cuya cabeza emerge de un cortinón (¿no os recuerda a cierta escena de Twin Peaks?), un caballo con aspecto bobo y ojos inquietantes. En primer plano, a los pies de la muchacha, una mesa auxiliar sobre la que puede distinguirse una bandeja con dos tarros y un espejo orientado hacia el íncubo, en el que, sin embargo, éste no se refleja. El resto es penumbra.

Si bien el lienzo de Fuseli es toda una oda a la mitología del reino de la pesadilla, no podemos obviar que se encuentra cargado de implicaciones sexuales, refleja la pesadilla como una auténtica violación (de hecho, en eso consistía la acción de los íncubos y los súcubos). No sólo nos revela tal agresión con el uso del demonio sobre el abdomen de la mujer que yace post orgasmo, sino también en el uso del caballo pues su cabeza, sobresaliendo entre las cortinas rojas, evoca simbólicamente la penetración violenta.

Es sencillo seguir la pista al rastro icónico de La pesadilla; se encuentra en el expresionismo cinematográfico alemán: en El gabinete del doctor Caligari, el sonámbulo (Conrad Veidt) penetra a través de las cortinas de decorado y se cierne con su cuchillo sobre su víctima dormida, como un íncubo en traje de gala. Incluso en mi amada Nosferatu de Murnau cuando el vampiro conde Orlok observa hipnóticamente a su víctima a través de la ventana antes de clavarle los dientes apoyado en su pecho como el endriago sexual de La pesadilla.

Entiendo el éxito del lienzo. Es un tiro a bocajarro a nuestros miedos más arquetípicos, porque cuando dormimos sobre nuestro lecho permanecemos indefensos, pequeños, como cuando de niños el monstruo nos aguardaba bajo la cama deseoso de rumiarnos los tobillos.

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