La rebelde – Antonio Fillol Granell

La Contadora siente predilección por los artistas denostados, aquellos que resultan incómodos a la sociedad. Realmente no es complicado ser objeto de repulsa y condena al ostracismo, basta con que oses situar un espejo frente a quienes aprietan puñetas, armas y rosarios como amuletos protectores de la moral.

Hoy rebusco del olvido a un autor poco conocido y de brocha con tendencia a la temática reivindicativa: Antonio Fillol Granell, os lo presento con su obra La rebelde porque de alguna manera araña la piel de La Contadora, pero este autor cuenta con obras de gran calado social como El sátiro o La bestia humana.

Pienso que la virtud de Antonio Fillol como pintor es su compromiso con la verdad, otros autores quedan prendados y se convierten en apóstoles de la luz, como es el caso de Sorolla. Sin embargo, Fillol fue un osado, un pintor atrevido que cual Quijote contra molinos de viento, luchaba contra las injusticias sociales, denunciaba a brochazos la perversión de una decadente sociedad enraizada en la podredumbre moral.

Fue duramente represaliado en 1897, en la Exposición Nacional cuando le retiraron el premio en metálico con el que fue galardonado por su obra La bestia humana, donde escupió al mundo mostrando la crudeza de la explotación sexual de las mujeres prostituidas.

Podría afirmarse que La rebelde es la última expresión de la pintura social que había venido desarrollando el artista desde hacía décadas.

Éste óleo sobre lienzo finalizado aproximadamente en 1914, nos arrastra como un tornado de desazón a un campamento gitano en medio de lo que pudiera ser un claro en el campo, nos sitúan ante un clan, una familia que pudiera intuirse errante por la improvisada tienda del fondo.

La escena es de una gran carga virulenta de pasiones enaltecidas. El eje central de la obra parece girar, como si una obra de García Lorca nos abrazara, en torno al enamoramiento de una joven gitana de un payo, ante tal ignominia es expulsada del campamento y agredida. De hecho, puede apreciarse el torrente de pasiones desmedidas que nacen de la actitud de la figura masculina más juvenil (pudiera ser el hermano) que es retenido para que no llegue a más la violencia. La anciana, con el niño en brazos, increpa a la rebelde quien, resignada con su devenir camina firme alejándose de su pasado.

Permitidme el inciso, pudiera parecer que el cuadro presenta cierta tendencia a presentar a la etnia gitana como un pueblo que arrastra costumbres rudimentarias ajenas a “los nuevos tiempos”, nada más alejado de la realidad, el campamento y la joven de etnia gitana es tan solo una excusa, un hilo conductor para relatar una historia no tan añeja. No consigo mas que vislumbrar a una mujer que lucha contra imposiciones, que no acepta su destino por su condición de fémina obediente y que con una gran valentía (cuyo coste solo conoce quien ha sufrido por dicho trance) camina hacia delante, inspirando todo el aire que sus pulmones puedan abracar para dar contundentes pisada que rompan cadenas, estereotipos, imposiciones, lazadas al deber ser porque de siempre ha devenido así.

Como La Contadora es dada a tener las esperanzas en la tierra y la cabeza en las nubes no puedo evitarla sentirla ahogada a base de nudos en la garganta, escuchando una y otra vez lo perdida, lo egoísta que es al contradecir a todo y todos, las lágrimas tragadas a base de sed de libertad, de ser oída y vista, las ganas de escapar aunque sea descalza, sangrando ganas de huir.

Si vosotros solo veis un conflicto entre miembros de un clan perdonadme, pero estáis ciegos de apariencia. Al observar La rebelde yo siento como cobra vida la canción La criba del grupo FAUSTO TARANTO (por cierto, que podría afirmar que si Federico García Lorca viviera entre nosotros los llevaría en su lista de reproducción):

“¿Quién hace la criba? ¿Quién se apaña o quién mendiga?

¿Quién aguanta que le digan qué es lo que tiene que hacer?

¿Quién te tiene a sus pies? ¿Quién te va a manejar? ¿Quién sabe que te falta?

Dicen que me debiera callar, no soltarme ni explotar,

la boca me han de coser, que no vuelva a rechistar,

que no vuelva a pensar, otra vez por mí mismo.

Lejos del rebaño, donde un día perdí la fe,

voy subiendo otro peldaño, aunque no lo quieras ver.

Me araño y hay marcas en mi piel, son recuerdos del ayer

que no paran de sangrar, que no paran de doler

solo con recordar y obligado al silencio.

Y ahora quién te va a ti a proteger, cuando llegues al final,

cuando caigas a la red, cuando no te quede “ná”

y empieces a entender que se te acaba el tiempo.

Lejos del rebaño, donde un día perdí la fe,

voy subiendo otro peldaño, aunque no lo quieras ver.

Ya no siento el daño, ya no me vuelve a doler,

hoy me alejo del rebaño, sigo sin obedecer”

El cuadro es todo un despliegue de su particularismo técnico y buen hacer. Fue presentado a la Exposición Nacional de 1915 junto con el lienzo Pepa la Crespa que es un retrato de un tipo popular. Si bien Fillol no recibió ninguna de las medallas, el cuadro sería adquirido por el Estado.

La figura de Fillol se mantiene alejada de los libros de historia y sus obras permanecen huérfanas de museos por la incomodidad de sus obras, ofende la decencia y el decoro impostado.

No resulta cómodo su naturalismo de denuncia entre los más academicistas, para los que la actualidad no forma parte del arte con mayúsculas.

Lo acontecido a Antonio Fillol no supone más que el destierro, al igual que su obra La rebelde de quien defiende la verdad, de quien abandona miedos y denuncia, lucha, rompe cadenas. Quién sabe, lo mismo la mirada abatida de la joven repudiada no es más que reflejo de la frustración, la condena de tan denostado valenciano, vinagre y sal en las heridas.

Gracias a mi compañero Enrique Manuel López que, siendo gran admirador de Fausto Taranto, me susurró el cuadro idóneo.

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